Los gusanos comenzaron a trepar los cuerpos sin vida de los generales. Los sargentos reían y brindaban sin ser conscientes de que los cabos les apuntaban con sus armas.
Mientras tanto. Muchos hijos de la gran puta reclamaban un título más honroso. El hecho de que sus madres fueran tan concupiscentes como sus padres no daba derecho, según su opinión, a ser señalados bajo tal estigma.
Pasaron los días y los ciegos continuaron sin ver. Algún sordo recobró el sentido de la audición, pero la radio fórmula le abofeteo la nueva realidad.
Comer y beber lo seguiría haciendo toda la población varias veces al día, pero el semblante ya no era el mismo. Ahora el pan se pedía de malos modos y en el sabor de la carne no se distinguía ningún olor hormonal.
Un éxito, sostenían los nuevos de siempre.
20 octubre 2006
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1 comentario:
No pasarían hambre si en ese hermoso país habitasen los Chiquiprecios.
¡Delicioso pan para todos!
Me gusta, caballero, en persona lo comentaré con usted.
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