14 marzo 2007

Mejor dos que uno.

Un día se abrazaron y, en ese abrazo, estaban encerradas tantas cosas como en una cárcel brasileña.
Después de aquello, el espacio que existía entre sus cuerpos se fue haciendo cada vez más pequeño y sus vidas se fueron uniendo, pero aún se podían distinguir.
Es curioso pensar que entre esas dos personas existía aquél espacio. Un espacio en el que cada vez era más pequeño, pero donde poco a poco iban cabiendo más cosas. Las que se quedaban fuera, probablemente no merecían la pena.
A veces parece que nuestras vidas son cables, cada uno de un color diferente, y que quien está detrás de todo esto es el Gran Electricista. En muchos escritos a Dios se le llama el Gran Arquitecto, porque fue quien diseñó el mundo. Bueno, es una idea. Yo prefiero pensar que es un electricista. Se puede ver la vida de cada uno siguiendo su cable. Ver como se une, durante mucho tiempo, a cables de otros colores: amigos, familiares... Con estos, podemos ir paralelamente durante años.
Otras veces nos tocamos en un único punto, nos separamos increíblemente de otro cable, nos hacemos un pequeño nudo antes de seguir cada uno por su lado.
Pero el gran electricista conoce todos los cables desde que salieron de... (no lo sabemos) y, un buen día, juega con ellos, y se le ocurre empezar a entrelazar dos cables. Cada día les da una vuelta más, hasta que ya no se sabe donde empieza uno y dónde acaba el otro. Hasta que sus colores casi podrían conformar una nueva tonalidad.
El Gran electricista hace que salgan chispas, es el responsable de que el cable se queme o que aguante enrollado años, décadas, siglos...
El caso es que, volviendo a nuestra historia.... Ella lo notó en aquél abrazo. No era el primero, pero fue dirferente a todos los demás. Fue diferente a todo lo que ella había conocido hasta ese momento. Ella no sabía que podía sentir esas cosas. Y todo aquello estaba encerrado en un abrazo.
Y en ese momento lo supo: Ya no hay marcha atrás.
Estaba perdida, no podía hacer nada, no podía escapar. Se quedaría atrapada para diempre en aquél abrazo, para bien o para mal. Le daba igual cómo pudiesen salir las cosas. No era exigente. Sólo deseaba volver a sentir algo así alguna vez en la vida. Fue como una droga. Quería volver a sentir aquél abrazo.
No os hagais ilusiones. Ese momento no se repitió, aunque ella quedó atrapada igualmente.
Después de aquello vinieron otras sensaciones totalmente nuevas. Había momentos que dolían hasta exprimirla el corazón, otros que la hacían ser la mujer más feliz del mundo. Lo importante es que, todos y cada uno de esos momentos le hacían sentirse realmente viva.
El dolor se quedaba durante mucho tiempo a su lado y ella le saludaba todas las mañanas con una sonrisa, porque había aprendido a vivir con este nuevo compañero de piso que, en tantas ocasiones no le dejaba dormir.
El placer era más fugaz, como esas personas especiales que conoces una noche en la que te ríes hasta que te duele la cara y comperten contigo un momento.
Pero no todo era como esto. Con él descubrió un placer que iba mucho más allá. Un placer que siempre estaba allí y que le acompañaba siempre. Aquél placer era capaz de transmitirle una tranquilidad sólo comparable con el sonido de las estrellas.
Y todo esto, sólo había alguien que se lo podía dar: él.
Desde el abrazo, ella supo que no habá habido nadie antes y temió, porque no habría nadie después. Pero sabía que todo, todo, valdría la pena por probar aquello, aunque sólo fuese un día.
Aunque, hay días que pueden marcarte toda la vida (y noches que hace que tu existencia se dé la vuelta).
A veces, sólo basta con unos dibujos animados y unir el cable del ratón con el del teclado.
Unos días ella dormía cabeza abajo, otros días no dormía. Le salían raíces de esperar, a pesar de que ella no quería echarlas en aquél lugar. Ella sentía que también quería marcharse y vivir más. Volar muy muy lejos.
A pesar de todo esto... Si le hubiesen regalado otra vida, la hubiese vivido con él.

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