Debían ser las 3 de la mañana, aproximadamente, pero Paula no dormía, no podía hacerlo desde la explosión. La tarde anterior los TEDACS habían explosionado un artefacto sospechoso cerca de su casa. Desde aquél preciso instante, Paula sólo podía escuchar "Píiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...". Y si ya era bastante molesto oir eso únicamente, imagínense ir a la cama y seguir escuchando el dichoso pitido, era un sonido que no le dejaba dormir.
Estaba completamente obsesionada. Era un ruido del que no podía escapar, imposible zafarse. Daba mil vueltas en la cama, se levantaba, paseaba por la casa, nada. No encendía ni la radio ni la televisión porque era desesperante.
Paula se moría de sueño, las ojeras cada vez estaban más marcadas en su rostro moreno. La única compañía gratificante era la de su gato Goebbels, del que al menos sentía su ronroneo, además siempre había sido un compañero fiel, más si cabe desde que había perdido un ojo y dependía más de su dueña.
Las noches fueron sucediéndose: 2, 5, 7, 9... Paula seguía sin dormir, la desesperación la había sumido en un estado agonizante, un estado que casi no era humano. Aquello que se retorcía en la cama ya no era Paula, su comportamiento era errático, ya no era una persona.
Aquél verano, sus padres celebraban las bodas de plata y estaban de segunda luna de miel en Costa Rica. Hacía varios días que no hablaban con su hija, pero sabían que era muy independiente y simplemente pensaron: la muy golfa estará por ahí de fiesta, pues no nos va a joder las vacaciones.
Aún quedaban 6 días para la vuelta de sus padres.
Paula no se llevaba bien del todo con su padre, un antiguo militar, demasiado estricto para cualquiera que tuviese cerca. Excesivamente hijo de puta para Paula.
Al decimotercer día la realidad distorsionada empezaba a hacerse añicos, ya no había realidad. No podía comunicarse con el mundo exterior, pero tampoco podía refugiarse en su mundo interior, porque ya no existía, no podía coexistir con aquél pitido que lo llenaba todo, que empapaba su cerebro. Todo su mundo se reducía a un pitido que no le dejaba pensar ni dormir. La vida de Paula se había reducido a un pitido eterno envuelto en piel oscura y un vestido negro.
Aquella noche Paula no pudo más, se encaminó rápidamente a la habitación de sus padres, abrió el primer cajón de la mesilla de su padre con un movimiento felino, y destapó el doble fondo. Sin ninguna pausa cogió la reglamentaria del militar, la apuntó hacia su frente y disparó con urgencia.
El sonido del disparo se oyó por toda la casa. Goebbels se estremeció y, tras el disparo, un pitido sonaba constantemente en su cabeza.
Cuando los padres de Paula volvieron, se encontraron con el gato revolviéndose en la alfombra, desesperado, maullando agónicamente, con un comportamiento errático.
11 agosto 2007
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2 comentarios:
El relatillo es soberbio.
Usted debe ser una soberbia, pues.
Soberbia suena a un refrsco con alcohol que te toman debajo de una palmera mirando al mar, a uno que tiene las aguas muy claitas, y no hacen más que pasar personas que te ofrecen marisco a la plancha.
Ah, soberbia.
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